Por Silvina Amelia Piccioni
En nuestra vida cotidiana es común encontrarnos con el uso de la palabra «cónyugue» en el habla, un fenómeno que plantea interrogantes lingüísticos y semióticos sobre la relación entre la lengua escrita y la oral. Este desliz fonético, que parece estar asentado en el imaginario colectivo, contrasta con la ortografía normativa de la palabra «cónyuge», lo cual invita a una reflexión más profunda sobre el dinamismo de la lengua y su uso social.
Uno de los aspectos más llamativos de este caso es que, aunque las personas tienden a pronunciar «cónyugue», la mayoría escribe esta palabra de forma correcta. De esta forma, emerge una paradoja interesante: la divergencia entre el registro oral y escrito no parece afectar la capacidad de los hablantes para identificar la forma correcta en la escritura. Esta situación, lejos de ser un caso aislado, refleja un fenómeno lingüístico más amplio, en el cual ciertas modificaciones fonéticas sobreviven en el habla, aunque no cuenten con el aval de las normativas oficiales. Para quienes deseen explorar este fenómeno de manera más lúdica, una sugerencia es leer en voz alta la palabra «cónyuge» y comparar su pronunciación habitual con la forma canónica.
El Diccionario de la lengua española define «cónyuge» como la «persona unida a otra en matrimonio», sin reconocer la existencia de la variante «cónyugue». Además, el Diccionario panhispánico de dudas aclara que la pronunciación correcta es [kónyuje] y no [kónyuge] y, por tanto, desaconseja el uso de la forma «cónyugue», considerándola una incorrección.
Este caso particular de cisma oral plantea un desafío tanto para los hablantes como para los profesionales del lenguaje. ¿Qué postura adoptar frente a una palabra que se utiliza de manera incorrecta en el habla cotidiana, pero se escribe correctamente en los textos? Existen, en principio, dos posibilidades: la primera, más conservadora, consiste en fomentar la correcta pronunciación según las normativas establecidas; la segunda, más inclusiva y pragmática, abre la puerta a una potencial aceptación futura de «cónyugue» como una variante legítima en el español hablado, algo que dependería de la evolución natural de la lengua y de la eventual adaptación por parte de la RAE.
Es importante destacar que este tipo de fenómenos no son ajenos a la historia de la lengua. Muchas formas consideradas incorrectas en un momento dado han sido posteriormente aceptadas por las instituciones normativas, una vez que el uso social las ha consolidado. La lengua está en constante transformación, y la labor de las academias no es tanto imponer reglas inmutables, sino acompañar y sistematizar las variaciones y usos que, a lo largo del tiempo, logran arraigarse en la comunidad hablante.
Por lo tanto, el fenómeno de «cónyugue» es relevante desde el punto de vista normativo y como ejemplo ilustrativo del modo en que las tensiones entre lo escrito y lo oral pueden generar cambios en el idioma. Además, entra en juego la semiótica, ya que esta disciplina se ocupa de analizar cómo los signos lingüísticos (en este caso, la palabra «cónyuge») son interpretados y modificados por los hablantes en contextos sociales específicos. El cambio fonético observado puede estar influido por múltiples factores, como la facilidad articulatoria o la tendencia a regularizar ciertos patrones fonéticos, lo que revela la naturaleza dinámica del lenguaje como sistema de comunicación.
En resumen, la persistencia de la pronunciación «cónyugue» plantea interesantes preguntas sobre el futuro de esta palabra en el español. ¿Será un simple error que desaparecerá con el tiempo o acabará siendo aceptada como una variante válida?