Por Erika Cosenza*
A medida que la lucha y las reivindicaciones del movimiento feminista y del colectivo LGTBIQ+ ganaban nuevo impulso, particularmente desde mediados del siglo xx, empezó también a haber un cuestionamiento sobre el machismo en la lengua. En distintas culturas e idiomas, comenzaron a desarrollarse diferentes estrategias para un uso no sexista del lenguaje.
En español, por ejemplo, se recurre al desdoblamiento («todos y todas»), a los sustantivos genéricos y colectivos («el alumnado» en lugar de «los alumnos»; «las personas interesadas» en lugar de «los interesados») o a la omisión de determinantes («cada estudiante deberá presentar» en lugar de «los estudiantes deberán presentar»; «esta medida está destinada a contribuyentes» en lugar de «esta medida está destinada a los contribuyentes»), por solo nombrar algunas.
El lenguaje no binario (denominación que muchas personas prefieren a la más conocida de «lenguaje inclusivo») es una de estas estrategias para un uso no sexista de la lengua. Su intención no es solo cuestionar el masculino genérico (para eso, tal vez bastaría con los otros recursos), sino también tratar de resolver una necesidad que surge entre algunos grupos de identidades de género disidentes (personas no binarias, de género fluido, etcétera).
Si bien conviven diferentes formas de lenguaje no binario, algunas están perdiendo vigencia: por ejemplo, la utilización de la «x» o del «@» —«niñxs», «corrector@s»— se está dejando de lado porque se consideran capacitistas, dado que los dispositivos de lectura automática para personas ciegas no las reconocen. Es así como se fue dando preferencia a la «e inclusiva», que, a pesar de no ser nueva, en nuestro país, fue ganando fuerza durante las manifestaciones sociales y entrevistas mediáticas que acompañaron los debates por la ley de interrupción voluntaria del embarazo.
Conocemos de sobra los intensos y acalorados debates (a veces rayanos en lo irrespetuoso) que se vienen dando en medios de comunicación, instancias académicas, redes sociales, bares, clubes y cualquier reunión social. Y ya mucho se ha escrito y dicho (mucho mejor de lo que yo podría hacerlo) sobre la soberanía lingüística, el rol de la RAE y de las distintas academias de la lengua, la glotopolítica y la supuesta puesta en peligro de la integridad de la lengua. Por lo tanto, me eximo de ahondar en esos aspectos. Sobre todo, porque el uso del lenguaje no binario (o el «tercer género», como lo denomina la lingüista Karina Galperín) no es una cuestión lingüística, sino una decisión personal y política.
El tema que interesa en este artículo es cómo nos paramos los, las y les correctores frente a este fenómeno que, nos guste o no, existe. Es un llamado a que reflexionemos sobre cómo afecta a nuestro desempeño profesional. Cabe preguntarnos: ¿Qué hacemos ante un texto escrito en lenguaje no binario? ¿Cómo lo corregimos? ¿Tenemos la preparación para hacerlo? ¿Conocemos las normas de uso? ¿Tenemos acceso a fuentes de referencia y consulta? ¿Quitamos todas las «e inclusivas» y las reemplazamos por el masculino genérico? ¿No estaríamos cayendo en una (en el mejor de los casos) sobrecorrección?
El planteo no es ocioso ni un mero ejercicio intelectual. En lo personal, por ejemplo, una importante editorial ya me encargó la corrección de dos libros escritos con alguna forma de lenguaje no binario, y varias académicas y educadoras me contrataron para, justamente, verificar el uso consistente y consecuente de todas las estrategias de lenguaje no sexista presentes en sus textos. Por otra parte, como ya sabemos, hay universidades que anunciaron que aceptarán tesis y tesinas que utilicen estos recursos. Y la escritora Ana Ojeda publicó la novela Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019) con la «e inclusiva».
Como ya se dijo, incorporar el uso del tercer género es una opción personal y política con la cual podemos no acordar. Sin embargo, creo que, como correctores, estamos frente a una decisión ética: aceptar o no un encargo de este tipo. Y, si lo aceptamos, tratar ese texto con el respeto y profesionalismo que dedicamos a todos nuestros trabajos.
*La autora es integrante de TEIFEM (Traductoras e Intérpretes Feministas de la Argentina) y tiene veinte años de experiencia como correctora, traductora e intérprete (inglés e italiano).