Por Adriana Mazitelli*
Sí, eso me dijo en una de las conversaciones que mantuvimos. “Que nadie se entere…”. Debo reconocer que el comentario me impactó mucho; tanto que no pude responderle nada, pero siguió dando vueltas en mi cabeza por un tiempo largo.
Lo primero que sentí fue desconcierto: ¿acaso estaba haciendo algo prohibido?, ¿por qué no tendría que saberse? En general, la corrección de textos literarios está bien aceptada, y hoy logramos que nuestros nombres figuren en los créditos que los libros llevan impresos. Cuando se trata de textos comerciales, es altamente valorada y se la estima necesaria, pero no ocurre lo mismo con los académicos.
Quienes presentan tesis son personas que han invertido tiempo y esfuerzo en transitar una carrera, mucho más si sus trabajos son doctorales o maestrías. Creer que por tener un cargo docente, por ser profesional o por estar a punto de recibirse, deben también ser idóneos en la escritura, es una presión injusta.
Elaborar una tesis consta de varios pasos: el primero y principal es la elección del tema sobre el que se va a trabajar. Los años de estudio concluyen con un punto de investigación exclusivo del alumno, en el que basará su exposición. Deberá desarrollarlo, elegir la bibliografía sobre la que estará apoyado, aportar cuadros, anexos y llegar a una conclusión que respalde la hipótesis enunciada al comienzo. Cuando este trabajo, coordinado por el director de estudios, está aprobado, da inicio el proceso de corrección.
La corrección no tiene nada que ver con la elaboración de la tesis.
Corregir una tesis no significa elaborarla, sino ajustarla a las normas exigidas por la institución, verificar la correcta utilización de las citas, notas y referencias bibliográficas, examinar la adecuación al texto argumentativo, analizar la superestructura específica con sus recursos, estilo y funciones, sostener el lenguaje objetivo, contemplar las secuencias textuales en los géneros académicos y los posibles errores de concordancia y significado, así como todo lo referente a diseño, unificación de cuadros, colores y texto.
Estos aspectos son una especialidad aparte, para la que nos preparamos tras largos años de estudio; exigir este conocimiento al estudiante sería una pretensión inadecuada, ya que de ninguna manera es su especialidad. La incorporación de un corrector profesional no excluye la revisión por parte del doctorando, sino que la complementa y la amplía.
El desafío al que nos enfrentamos los correctores cobra, así, una nueva dimensión con los textos académicos: la de lograr la valoración por parte de directivos, docentes y estudiantes, no solo por el esfuerzo de transitar una carrera, sino por la búsqueda de la excelencia que manifiesta quien entrega su trabajo final a un corrector. De este modo, lejos de avergonzarnos y ocultarlo, nuestro trabajo sería reconocido y expuesto sin tapujos. Lograríamos que los reconocimientos ya no fueran a hurtadillas, sino a viva voz; con nuestros nombres como parte del trabajo y con el orgullo que siente quien ha dado de sí lo mejor, para concluir esta etapa de manera impecable.
* Adriana Mazitelli es correctora literaria egresada del Instituto Mallea y transita el posgrado en Escrituras: creatividad humana y comunicación, en Flacso. A lo largo de su carrera de diez años, ha corregido novelas, libros y tesis, estas últimas para las universidades de Córdoba, Mar del Plata, Catamarca, San Martín, Tres de Febrero y La Matanza.